Entrevistas


Un hombre que escribe porque le da la gana

El nieto del miedo


Fernando Jerez lanza una novela ambientada en el final de la UP

Así es  la cosa”: apareció Fernando Jerez
Con un libro y un premio


“Quedarán los que tienen que quedar”

Así son los escritore
s

“Como un boxeador que se levanta
y sigue haciendo su tarea”


Poli Délano/Fernando Jerez, la marca del exilio


Fernando Jerez
“Como un boxeador que se levanta
y sigue haciendo su tarea”

En  Un día con su Excelencia quiso descifrar el sino de la vida, pasión y…, de un dictador
Ahora se apronta a publicar Cabo de Luz, una “novela más existencial” y se empeña en indagar acuciosamente en los intersticios del amor, que será el motivo central de su cuarta obra d envergadura

Ana María Foxley

por primea vez en muchos años sentía en su corazón el malestar de la ansiedad, y tuvo para sí mismo un juicio repugnante, cuando se le movieron adentro restos de ternura, defecto que él creía haber expulsado para siempre…

 

Un día con su Excelencia, apa­recida en su cuarta edición en Edi­torial Planeta, en su colección Bi­blioteca del Sur, a fines del año pasado, comparte con Salman Rushdie un espacio literario en Editorial Alfaguara de España, que la publicó en diez mil ejempla­res.
Con un afilado espíritu de penetración psicológica Fernando Jerez (51) describe en esa novela la descarnada paradoja y tragicomedia vital de un señor, un gran señor, el señor Núñez, Su Excelencia. Fue su segunda novela publicada, después de El miedo es un negocio, que sólo alcanzó a estar un mes en li­brerías: de agosto a septiembre de 1973.
Entre ambas, hubo una novela nonata, que no alcanzó ni siquiera a ser bautizada. El mismo la hizo abortar con su propia mano, confun­dida en el torbellino de estos años difíciles.
Jerez está ya clasificado en la categoría de cuentistas notables. Desde los 17 años, cuando escribió El bachiller extraño, y luego por Los sueños quedan atrás (1960), hasta Así es la cosa (editado en México en 1974 y en Chile en 1983), recibió buenas críticas. Por s última colección de relatos re­cibió el Premio Municipal de Cuento en 1984, penúltimo año en se otorgó.
El autor tuvo por muchos años doble personalidad: la de funcionario ­de banco y la de escritor. Ahora trabaja en un oficio de moda: es asesor de una cooperativa exportador­a de frutas pero, en las noches, dedica religiosamente varias horas a su pasión literaria.
Allí se deja llevar por sus personajes­s y mundos que brotan de su propiia vida y también de su entorno, del complejo y contradictorio Chile de hoy. Se deja conducir por uía iluminadora de Flaubert y Madame Bovary, por Norman Mailer, WilliaM Styron, John Updike, Salinger y , sobre todo, por Cesare Pavese, a quien recurre in­cansablemente.

-Ud. fue un niño de provin­cia. ¿Qué estímulos tuvo para in­troducirse en la literatura?
-Sólo viví en Lo Miranda ahsta los siete años. Mi abuelo leía mucho y cuando yo tenía nueve, me regaló mi primera biblioteca. Yo era hijo único y estaba mucho en mi dormitorio leyendo. Además te­nía una bisabuela que no veía nada y yo, todas las tardes le leía la revista Para Ti donde salían unas novelas por entrega. Era muy abu­rrido, pero descubrí que me podía saltar párrafos enteros y ahí empe­cé a ver las posibilidades de inven­tar y fantasear con la palabra, mientras mi bisabuela dormitaba.

-¿Y en el liceo 1e pasó algo bueno como potencial escritor?

-En el Instituto Alonso de Erci­lla era compañero de Sergio Orte­ga, el ahora músico. Cantábamos, participábamos en la Academia Li­teraria y de Teatro. Tenía un compañero que leía mucho y con él intercambiábamos libros. El me daba un Platón, yo le pasaba va­rios del Siglo de Oro español. Ahí empecé a escribir, sobre todo cuan­do el profesor de Castellano, al re­visar unas composiciones que ha­bíamos hecho, dijo que la única digna de ser leída, era la mía. Em­pecé a escribir en la revista del colegio y, a los 17 años, terminé mi primer libro de cuentos: El bachiller extraño. Ahí me presentaron a Maffud Massis, quien me hizo publicarlo. Tuvo buena crítica.

-Su segundo libro también fue de cuentos: Los sueños que­dan atrás, y luego se atrevió con una novela, en plena UP: El mie­do es un negocio. ¿Cómo fue ese salto? ¿Tuvo algún modelo en el oficio de novelista?

-Los cuentos siempre me que­daban largos. Edmundo Concha -un crítico- comentó que me divisaba más como novelista. Veo que la organización de una novela ofrece mucha dificultad; por eso hay muchos que se quedan en el cuento, que no intentan trabajar más a fondo  en la estructura novelesca, que es más compleja. Del único que podría decir que tuve influencias fue de Guillermo Atías, en su novela El tiempo banal. Pero yo tengo facilidad para es­tructurar la novela, en su tiempo, su temática, su organización inter­na, que puede ser también una or­ganización desorganizada.
"Trabajo sobre la base de una investigación, para la que he hecho un proyecto previo. Por ejemplo, en El miedo es un negocio, me leí todos les diarios y revistas de la UP después de la elección de Allende. Me dediqué a observar las movi­das financieras en el país, por el miedo que despertó esa elección. Sacaban las divisas, hacían nego­ciados. Fue una novela de nudo político-policial''.
-¿Cuál es la dificultad mayor con que ha topado al comenzar a estructurar una novela?

-Lo más difícil y atormentador es elegir el punto de vista, las vo­ces, el estilo: porque eso es decisi­vo. Yo tengo facilidad para escribir en primera, en tercera persona; en estilo directo o indirecto. Pero me atormenta el tener que elegir los caminos para lanzarme.
      -Esa primera novela salió en Agosto de 1973. ¿Cuál fue su destino?

-La terminé de escribir en abril y se la presté a Antonio Skármeta por el fin de semana para que me la criticara. El lunes me llamó y me dijo que la había llevado a Qui­mantú (la editorial). Eso fue en junio de 1973. Nunca la alcancé a corregir. Salió en agosto, con 30 mil ejemplares en Chile: parece que fue bien leída. Duró hasta el Golpe. En la novela, se anunciaba un ambiente de conspiración de la derecha. Luego se publicaron 20 mil ejemplares en Alemania y diez mil en Argentina.

-Y luego, ¿cómo afectó la dic­tadura a su oficio de escritor?

-Yo trabajaba en un banco y era dirigente sindical. Me exonera­ron. Tenía mis maletas listas para irme, pero desistí. No quise partir, porque sabía que el primero y se­gundo mes iban a ser muy agrada­bles pero, en definitiva, yo iba a significar una carga para alguien porque no sé en qué podría haber trabajado afuera. Me quedé acá con todos los peligros. Recibí lla­mados anónimos y, por eso, decidí cerrar mi casa y vivir con mi fami­lia en otra, de un pariente. Pero, paralelamente, demandé al banco por despido arbitrario y, después de un largo juicio, gané... Tuve que ir a cobrar mi indemnización con una maleta a la bóveda del banco. También era dirigente de la SECH hasta 1973; después que elegimos a Luis Sánchez Latorre como presidente de los escritores, me sumergí, me dediqué a estudiar y a escribir. Pero decidí que ése no era tiempo para publicar ni comu­nicarme con los lectores.

-Pero en el lenguaje, ¿lo afec­tó la censura, la autocensura?

-No me daba mucha cuenta de a censura en ese primer tiempo. Yo había vivido tantos golpes que me sentía como un boxeador que se levanta y sigue haciendo su tarea.

-¿Y cómo pudo publicar Así es la cosa,en México en 1974?
-Claro, en México. Acá recién lo publiqué en 1983, después de una cierta apertura que hubo como respuesta a la primera protesta na­cional. Nunca pensé que se pudie­ra editar acá antes.

-¿No es una limitación desde el punto de vista creativo y lite­rario que los temas de sus nove­las y cuentos manifiesten un compromiso tan directo con la realidad política y social del mo­mento?

-No sé. A gran parte de mi generación le ha tocado vivir tiem­pos difíciles. No ha habido tiempo para experimentar formalmente. La urgencia de la vida cotidiana fue mucho más fuerte. Por eso, en el período de Allende me apasionó el tema del pánico financiero. Yo me sentía comprometido con el proceso chileno y le eché p'adelante  con la novela que quería publicar, justamente para la emergencia del momento. Luego, en dictadura, tuve tiempo de leer más, de estu­diar teoría literaria y otras cosas. Adquirí cierta madurez, 1a que ahora me permite mantener cierta distancia con la realidad contin­gente. Eso se nota más aún en la novela Un día con su Excelencia, que tiene un punto de vista distan­ciado.
"No me siento limitado al ser comprometido, porque el mío no es un compromiso ideológico, sino una honestidad con lo que son mis circunstancias., mis preocupacio­nes. No es que todo escritor tenga que ser comprometido. Eso no puede reflejarse mecánicamente en la obra. Lo mío nace naturalmen­te; porque en el plano político he sido bastante anárquico y conservo mi independencia para mirar obje­tivamente.

-La literatura y, especialmen­te la novela, puede ser una mane­ra de buscar la propia identidad como persona y como pueblo, como mirar el trasfondo de un espejo...

-Claro, puede reflejar eso. Me impresionó mucho la obra de Do­lores Mastretta, una mexicana que escribió Arráncame la vida. Ahí aparece el pueblo mexicano, la co­rrupción, el partido cíe gobierno, todo visto a través de una familia.  Tíene alto contenido  literario v re­fleja los mundos diversos de un pueblo, con el telón de fondo de lo político y lo social. Pero allí está la vida real, cotidiana.
“El problema del escritor es que siempre estará en contra: es una conciencia crítica. Yo, por mi parte, he vivido sintiendo el sonido de las balas y las voces de las gentes en las calles, y no puedo abstraerme de eso  en mis libros.

-Entre Así es la cosa (1974) y Un día con su Excelencia que terminó en 1986, ¿no escribió nada más?
-Yo en un tiempo trabajaba como lector de Editorial Pineda Li­bros. Ahí seguí escribiendo, y de ahí salió otra novela que no alcan­zó nunca a tener título. Era de 500 páginas y con una sintaxis arreve­sada. Nunca me satisfizo. La escri­bí y la reescribí. Finalmente la boté. Pero ahí había creado algu­nos personajes que después rescaté y tomaron cuerpo en Un día con su Excelencia y en otra novela que va a aparecer a fines de año, espe­ro: Cabo de luz.
-Vamos por partes. Hable­mos de Un día con su Excelencia. ¡Qué atrevimiento escribir una vez más sobre la decadencia de un dictador, después de los clási­cos El señor Presidente, de Mi­guel Angel Asturias, El otoño del patriarca de García Márquez, Yo el Supremo, de Roa Bastos...!

-Me gusta abordar temas difíci­les. Es mi meta. Me pasó aquí lo mismo que antes de escribir El miedo es... El tema no me asusta­ba porque siempre pienso en hacer algo distinto y superar los estereoti­pos. Siempre trabajo con proyectos nuevos: ahora, por ejemplo, estoy preparando una novela folletín, que no quiero que sea un típico folle­tín. Un día con... iba a ser un cuento; me surgió por una noticia que oí en la radio sobre un dicta­dor de quien se rumoreaba que estaba enfermo grave. Yo pensé: esto debe ser algo anunciado para que mañana aparezca el personaje en público y desmienta esa suposi­ción. Me empecé a imaginar un montón de cosas. Me metí mucho pensando en el dictador: ¿cómo podía llevar la tranquilidad a la ciudadanía y a sus amigos-enemi­gos que lo rodeaban? Escribí el cuento y mis amigos lectores dije­ron: 'no, esto es una novela, tienes que continuarlo'. Porque yo siem­pre tengo a dos personas, dos escri­tores que me leen, v le pago a una tercera, no especializada, para que me dé una opinión abierta y franca con un informe escrito.

-¿Pero cómo indagó en la si­copatología del personaje, su personalidad esquizoide, su insegu­ridad, su paranoia y su debilidad amorosa por una mujer que le traen clandestinamente, en la os­curidad?

-Planifiqué todo, de manera de mantenerme al margen. Dije: le voy a dar un tono de voz, una profundidad semántica; aunque esto me costó porque es difícil rom­per con los ímpetus personales. El dictador es una persona corriente, pero tiene ciertos deslices, una zona de su cerebro no funciona bien. Pensé en un tipo que va a amar, que va a desconfiar de los demás y que va a desear momentos de libertad para expresarse.
"La voz del personaje no me costó, pero sí su figura, su escenografía. Fui tomando de muchas partes: mi modelo no fue el chileno. No lo abandericé tampoco con una doctrina determinada, sólo hablo de la doctrina en el libro. Miré fotografías de La Moneda, los cuadros, las alfombras persas, la distribución de los personajes en el espacio, el cómo se paraban los diplomáticos frente al dictador... Le construí también una familia y puse a mi pueblo, Lo Miranda (que queda entre Ráncagua y Do­ñihue), al que recuerdo por sus calles, la comisaría, el correo…

 

-Pero ¿cómo dilucidó la de­pendencia sicológica entre el opresor y sus subordinados?

-Hice la indagación de muchos dictadores. Me llamó la atención una frase reiterada: 'Yo hice esto, Yo ordené esto...' Hay algo ahí excluyente y unipersonal. Lo que más me impresionó de estos  personajes crueles es pensar cómo puede haber personas más o menos inteligentes que los acompañen. Creo que ésa es la vanidad humana que, por conseguir un cargo público, los lleva a deponer sus valores y sólo fijarse en su lucimiento personal. Pero, en definitiva, el más encerrado, el más perseguido  es el propio dictador. El más acorralado con su propia preocupación y desmoronamiento, el más entrampado por querer torcer el curso de los acontecimientos. Todo eso le impide ser libre y tomar decisiones: él está también sometido.

-En Un día con su Excelencia hay un trabajo en varios planos espacio-temporales y también hay una multiplicidad de voces narrativas, de puntos de vista...

-Sucede todo en 24 horas con raccontos no muy lejanos en el tiempo. Eso de las distintas voces lo hago estudiando previamente los distintos lenguajes y sintaxis de la gente. Incluso soy un muy buen imitador de voces: cualquiera puede caer bajo mis garras. Yo los estudio. Me interesa lo fónico, lo oral. Estudio las muletillas, los giros, leo el diccionario, comparo mis palabras con otras, tomo palabras que suenen bonito al oído.  Porque el ir diciendo es tan impor­tante como lo que dicen los perso­najes. Por otro lado, en el trabajo con el tiempo y el espacio hago un plan, veo escenas paralelas; hago gráficos con edades, nombres, rela­ciones. Trabajo todos los días por lo menos tres horas, en la noche. Ahora se me facilitó todo esto con una computadora.

-¿En la novela Cabo de luz, sigue con la contingencia políti­ca?

-No. Es la historia de un indivi­duo muy joven, de un status social alto, que se desmorona progresiva­mente en plena juventud. A ratos es realista, a ratos surrealista. In­tercala sueños, fantasías, historias de muchos personajes paralelos. Es más existencial. Trata de las tortu­ras permanentes del hombre, de sus preguntas eternas: ¿Por qué es­toy aquí? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Para qué sirvo?
-Entonces en esta novela ¿hay más de su inconsciente y de su biografía?

-Sí. Tiene más. La siento muv cercana. Tiene un trabajo indaga­torio más complejo. Se trata de un juicio: empieza y termina con lo mismo. El nudo central gira en torno a un personaje que ambicio­na ganar el juicio que emprendió pero que, de por medio, va conociendo ese mundo y en  su soledad concluye que debería salirse de eso. Entonces, empieza a hacer lo posible por perderlo. Mientras, le han hecho acusaciones absurdas, como de haber derribado y destrui­do una estatua. Cada uno de los personajes que son llamados a de­clarar a favor o en contra suyo, exponen partes de su vida que él no ha explorado. Se ve a sí mismo, en la voz de otros, y ahí cambia, como frente a un espejo. No se había analizado antes, a fondo.

-¿Es que esa búsqueda litera­ria, refleja una distinta manera de entender su vida personal, ahora?

-Siento que hay que preocupar­se de sí mismo. Es una necesidad. No hay que mantenerse tan distraí­do. Es interesante lo que nos ha pasado: estamos volviendo al Hombre. Los partidos, la humani­dad entera tienen que volver al ser humano, porque lo maravilloso es que habiendo tantos millones de seres humanos, no hay dos hom­bres iguales. Me inquieta esa de­sesperanza o ese desasosiego que existe, porque la unidad es inútil o porque el amor sin compensación es imposible. Creo que en la huma­nidad hay algo cíclico: me llama la atención el vuelco de la URSS; la política y la economía están ten­diendo ahí al cambio. Y creo que es la oportunidad para que el capi­talismo resuelva otros problemas del hombre que no son solamente los económicos...

-Ud. habló del amor ¿de qué manera lo cree posible?
-Estoy indagando en el tema del amor. Quiero saber qué es el amor, porque no sé mucho. Estoy escribiendo una novela amoro­sa...




@ 2005
Diseñado por Francisco Jerez