Revista Paula, Graciela Romero.
Fernando Jerez
El nieto del miedo
Criado entre abuelos y bisabuela, formado entre los Hermanos Maristas, la fuente de soda y el banco, madurado a fuerza de observar y escuchar a seres anónimos por lo general marcados por el pavor, Fernando Jerez pide por escrito “Déjame tener miedo”, en ocho excelentes cuentos. Entre ellos “El diario”, que aparece publicado en este número.
Hijo único de un padre pintor siempre distraído en sus pinceles y de una madre tímida, Fernando Jerez quedó huérfano muy niño. Entonces, en la misma casa grande de Los Leones, pasó a completo poder de su abuela, su abuelo y su bisabuela. A esta última la adoraba. Aunque no siempre le resultó entretenido cumplir la orden materna de leerle el “Para Ti”, la revista argentina en que su papá trabajó algunos años con Manteola, dibujando las portadas de mujeres bonitas. La bisabuela cabeceaba durante las lecturas, oportunidad que el niño aprovechaba para saltarse los párrafos más latosos de las románticas seriales. Pero la viejecita no era nada de tonta y al perder el hilo, pedía una repasada. Entonces Fernando le inventaba cosas micho más choras, de su propia cosecha infantil.
“Así ingresé a la literatura –explica Fernando Jerez, el autor de un muy premiado libro de cuentos titulado “Déjame tener miedo” y de una novela de próxima aparición, a la que bautizó “El miedo es un negocio”.
Con 37 años y una década de matrimonio a cuestas que le ha traído dos hijos y una bien ganada armonía con Alicia Bordalí, su mujer, Fernando Jerez mantiene frescas sus vivencias infantiles. De ellas nació el miedo que motivó los dos títulos de sus libros y empapa a muchos de sus héroes y ambientes literarios.
“Mi abuelo trancaba todas las noches puertas y ventanas, golpeándolas luego para asegurarse de que funcionaban los pestillos y cerrojos. “Juan Segura vivió muchos años”, era su frase habitual. Por eso quería que cuando grande yo fuera comerciante (“En eso siempre se gana plata”), aunque me veía siempre con la nariz metida en los libros. Cuando terminó mi vida de colegial porro en el Instituto Alonso de Ercilla, me llevó de cajero a la fuente de soda en el Portal Fernández Concha. Eran tres horas diarias que yo pasaba entretenido cobrando cervezas o “mayos dobles” y observando gente de todos colores. A veces venían mis amigos, ex compañeros de colegio que me conversaban de sus cosas. Los que se habían metido en bancos andaban llenos de plata y se daban una importancia tremenda. Entonces se me puso hacerme bancario, lo que mi abuelo encontró de perlas. Ingresé al Banco de Crédito, recién cumplidos los 18 años. Ahora, es claro, ya no le veo el brillo al oficio, aunque hasta cierto punto he hecho carrera. A veces me deprimo y pienso en abandonar todo eso. Yo, por encima de todo, soy escritor.
Convertido en jefe de la Sección Internacional del Banco de Crédito, Fernando Jerez se volvió a topar con el miedo. Ese miedo anunciado desde niño por su abuelo y ahondado cuando como a los 10 años descubrió que él también era mortal. Esta vez, en el banco no se trataba del miedo a la muerte sino a la cesantía. Después de una huelga muy larga, un montón de sus compañeros quedaron en lista de despido.
“Yo trabajaba con el gallo que decidía quiénes debían abandonar el banco. Ví sollozar a hombres hechos y derechos y a mujeres con los ojos ciegos de llanto. Todos aterrorizados con el futuro. No los critico. Los héroes son gente muy miedosa, sólo que se sobreponen al miedo. Yo no me cuento entre éstos. Por el contrario. Temo a la vejez y a la muerte que me remeció tanto de chico. Curiosamente, de la literatura tengo menos miedo. Creo que me la puedo, aunque a veces ando de un genio de perros porque no me sale bien algo, o porque releo lo escrito y lo encuentro malo”.
Fernando Jerez le acertó a las letras desde el colegio. Entre los Hermanos Maristas que lo educaron, el recuerda con especial cariño al hermano Carlos, su profesor de castellano. El cura lo guió y lo esimuló bien, incluso perdonándole sus constantes cigarras a cambio de artículos para el colegio. Los abuelos y la bisabuela lo tenían demasiado consentido:
“La abuela me atosigaba a caldos y sándwiches entre las comidas, una micro me llevaba y me traía del colegio hasta grandulote, y siempre debía dar cuenta de mis pasos y recogerme temprano en la casa. Me acuerdo que una vez que necesité un impermeable y que llegó la camioneta de “Falabella”, con un surtido de horribles cosas de goma de donde salió uno que me calzaba. Creo que desde entonces odio las modas que trastornan a Alicia, mi mujer. Ella en su boutique “Passy” y yo con mis papeles, entre los que meto desde que llego del banco hasta tarde en la noche. Todos los días escribo, durante muchas horas. Pienso que la literatura es un esfuerzo constante, a la que me someto con rigor que también impongo, sin quererlo, a la familia. Por eso al recibir el adelanto sobre mi novela, se lo entregué entero a Alicia quien por cierto, se compró ropa. El niño mayor es el único que no sufre con su papá escritor. Tiene 9 años y ya escribe sus memorias. Ese, no cabe duda, no será bancario”.
La precocidad literaria también se dio en Fernando Jerez. A los 18 escribió “Un bachiller extraño”, que sus abuelos editaron cuando cumplió los 21. Aunque recibió buenas, largas y autorizadas críticas, su abuelo nunca le comentó el libro. Sin embargo, lo guardaba en su velador y la abuela le sopló que lo releía todas las noches.
“Yo creo que esperaba que en el futuro escribiera cosas mejores, pero como “don Juan Segura que vivió muchos años”, el viejo prefirió esperar que esas cosas mejores vieran la luz del día” –comenta con ternura Fernando, el nieto que para no perder jamás a su abuela, la inmortalizó en “La ceremonia”. Este cuento de “Déjame tener miedo” se trata de un bancario jefe de créditos y de un afligido solicitante a quien rechaza un préstamo porque le duele una muela y porque él mismo debe pagar una letra y no tiene los 300 escudos necesarios. El lugar donde se cuela la abuela en “La ceremonia” no le quedará claro a los lectores, quienes sin embargo se sentirán suspendidos por la tensión del cuento y su magnífico juego de situaciones. El autor esgrime en todos sus relatos una pizca de ironía y un certero pero nada bondadoso juicio sobre los humanos. El autor no permite que el sentimentalismo distorsiones sus hombres y sus mujeres enfrentados a una deuda apremiante, al asesinato del propio padre, al odio por el jefe explotador o al arribista que por último ni siquiera arriba. Confiesa:
“Aunque parezca todo demasiado turbio, yo invento poco. Casi nada. Son hombres y mujeres de la vida real, inclusive aquella que mata al padre (“Saber retirarse a tiempo”). El banco, pese a su ambiente gris y a la cháchara insoportable, me ha permitido meterme en muchas vidas ajenas. Siempre, le pido, especialmente a las mujeres, que me cuenten sus cosas Yo las oigo y completo los cuadros con lo que pocas se atreven a decir. Después, todo sale en mis libros”.
Pálido, delgado, con apariencia tímida que se borra de a poco con la conversación en la que se va acomodando, Fernando Jerez mira y dice de frente. La literatura chilena le parece aportillada desde la infancia de los chilenos obligados a leer las latas de los criollistas en los colegios. “Por eso no vuelven ni a balazos a acercarse a otroescritor nacional” –opina. Además, le parece que en país han faltado motivaciones que en cambio sobraron en el Perú de Vargas Llosa, en la Colombia de García Márquez o en la Argentina de Cortázar y de Sábato, en los últimos 10 años. De ahí que piense que Chile, hoy tan convulsionado, producirá al fin escritores recios y novelas del calado del “boom” latinoamericano. El propio Fernando Jerez lleva trazas de ser uno de esos grandes escritores. “El diario” es un cuento que autoriza de sobra la esperanza. Graciela Romero. |
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