Entrevistas


Un hombre que escribe porque le da la gana

El nieto del miedo


Fernando Jerez lanza una novela ambientada en el final de la UP

Así es  la cosa”: apareció Fernando Jerez
Con un libro y un premio


“Quedarán los que tienen que quedar”

Así son los escritore
s

“Como un boxeador que se levanta
y sigue haciendo su tarea”


Poli Délano/Fernando Jerez, la marca del exilio


Entrevista incluida en el libro titulado “Los años del silencio”, de Michael J.Lazzara, Editorial Cuarto Propio, 2002




FERNANDO JEREZ

Para bien o para mal, el hombre es en gran parte ficción

Fernando Jerez nació en Lo Miranda, Chile (cerca de Rancagua) en 1937. Quedó huérfano a una edad muy temprana y, por consiguiente, se trasladó a Santiago a vivir con sus abuelos y su bisabuela. En ese ámbito tenía mucho tiempo libre para leer, y así se fascinó por la literatura. En el Instituto Alonso de Ercilla, colegio de los hermanos maristas en que cursó su educación media, escribió los cuentos que luego formarían su primera y única obra inédita, (In bachiller extraño (1957). Después de terminar con el bachillerato, entró a traba­jar en el Banco de Crédito e Inversiones; así el autor tuvo por muchos años la doble personalidad de bancario y escritor, circunstancia vital que se reflejaría en algunos de sus textos literarios posteriores. Mientras trabajaba en el banco, se­guía publicando con dos libros de cuentos más: Los sueños quedan atrás (1960) y Así es la cosa (México, 1974).
Jerez, integrante de la generación literaria chilena denominada novísima, representa para este libro un sector menor dentro de ésta puesto que se quedó en Chile durante la dictadura de Pinochet. Desde el interior del país tuvo que combatir la censura y la represión, pero las circunstancias duras de la dictadura y la persecución que de costumbre experimentaban los escritores contestatarios al régimen lo forzó a autoexiliarse en Chile, a marginarse completamente de la poca vida literaria nacional que había en aquella época. Dejó de concurrir a los lugares que frecuentaban los autores santiaguinos y asumió un trabajo como lector en una editorial estancada. En esta entrevista Jerez cuenta una anécdota que pone de relieve la gravedad de su estado de "exiliado interno": una amiga literata lo recibió como un exiliado retornado cuando él emergió de la clandes­tinidad después de la apertura política de 1983, pero, en realidad, nunca se había ido de Chile.
Sus novelas reflejan la situación convulsionada en Chile a partir de 1970 y los miedos que se sentían a nivel nacional en esos años constituyen uno de sus grandes temas. Hasta la fecha es autor de cuatro novelas y cuatro libros de cuen­tos, algunos de los cuales han sido traducidos al alemán, al búlgaro, al francés, al holandés y al inglés. Cuentos suyos forman parte de varias antologías de narra­tiva hispanoamericana, y su recepción en el extranjero también ha sido muy favorable. Jerez es un escritor que no teme dialogar con la contingencia nacional y que se atreve a cuestionar la injusticia y la represión. En ese sentido, su trabajo ha sido reconocido por su aporte a la cultura y su defensa de la libertad y la democracia. En 1984 obtuvo el Premio Municipal de Literatura y, más recien­temente, su novela El himno nacional recibió la distinción de "mejor novela del 2001" otorgada por el Círculo de Críticos de Arte de Valparaíso. Esta última novela explora, a través de la ficción, el complejo mundo psicológico de los torturadores y los agentes de represión que actuaron durante la dictadu­ra. El autor también ha desempeñado como columnista del diario Las últimas Noticias, y ha servido en varias ocasiones como director de la Sociedad de Escritores de Chile.
La presente entrevista se llevó a cabo el 29 de junio de 1998 en la casa del autor ubicada en la comuna de Providencia, Santiago de Chile.
Michael Lazzara: Con frecuencia se emplea la frase "literatura del exilio inte­rior" para referirse a la producción literaria que se hizo en Chile durante los años de la dictadura. Siendo un escritor que, a diferencia de muchos otros de tu generación, no se fue del país después del 73, ¿cómo definirías en tus propias palabras lo que fue el "exilio interior"?
Fernando Jerez: Algunos de nosotros (como Francisco Simón y yo) nos queda­mos en Chile por diversas razones, y el resultado fue como si no existiésemos acá. Nosotros no podíamos aparecer en ningún lugar porque no había un lugar para nosotros ni siquiera en la Sociedad de Escritores de Chile. La verdad es que la SECH, que era la entidad más representativa de escritores, fue tomada por una directiva de conciliación (no en forma violenta, sino negociada). Y para que no cerraran la SECH, para que no se terminara esa institución abruptamente por los militares, se tomó la determinación de que la dirigiera una directiva conciliadora. Pero allí no acudían los escritores de izquierda. Ni siquiera nos paseábamos por las calles. Francamente no existíamos, y menos teníamos nin­guna posibilidad de publicar. No teníamos ninguna posibilidad de participar en recitales o en cualquier aventura cultural. Te digo que no existíamos. Sencilla­mente fue así.
De ahí toma las vanguardias de la escritura en Chile un grupo de escritores que prácticamente no tenía ninguna resonancia anterior. Entre los escritores que figuran en tu libro está José Rosasco, que sin embargo es amigo mío y una excelente persona. Pero José Rosasco y Carlos Iturra (otro tipo derechista más joven que Rosasco) son las personas que publican, que aparecen en los diarios, que son mimados por el oficialismo, y a los que El Mercurio les abre sus páginas. Por supuesto, que nosotros ni siquiera teníamos la posibilidad de una línea en El Mercurio. Y fue muy tarde ya cuando finalmente se abrió El Mercurio con su "Revista de Libros" a mediados de los años ochenta. Con la competencia del diario La Época, que se abre y publica cosas mucho más universales, El Mercurio se ve un poco obligado a imitarlo.
Era tan fuerte el ostracismo que nosotros vivimos durante ese tiempo que los mismos escritores que estábamos acá -y con quienes teníamos cierta afini­dad- no nos leíamos y no nos conocíamos. ¡Es increíble! A Francisco Simón, yo no lo conocía. Yo no sabía quién era Francisco Simón aunque había leído todos sus libros. Bueno, en una oportunidad estuvimos en una reunión social semi­clandestina y me contaron que Francisco Simón estaba en esa reunión. Pero no se sabía ni quién era, ni cómo se llamaba, ni nada.
Lazzara: Entonces, hubo muy poco contacto entre la comunidad literaria...
Jerez: ¡Miedo! Entre los propios escritores había mucho miedo porque la repre­sión era verdaderamente violenta. Eso era realidad. No había nada falsificado en cuanto a lo que se decía de los desaparecidos y los allanamientos. Yo escribí cuatro páginas de una novela y las fui a dejar en la casa de un amigo esperando que en cualquier momento me vendrían a llevar a mí.
Bueno, posteriormente supe quién era Francisco Simón y nos hicimos es­tupendos amigos, lo cual seguimos siendo hasta el día de hoy.
También había una escritora que se llamaba Ester Matte Alessandri, una señora de edad que murió. Ella era sobrina de uno de los presidentes de la República más connotados del pasado histórico de Chile, Jorge Alessandri. En el año 83 se produce una pequeña apertura política acá considerando lo que era antes, y hay un cambio muy violento. En esa apertura empezamos algunos de nosotros a emerger, a brotar en la vida diaria. Yo me encontré con Ester en uno de los actos que se estaba viviendo por primera vez después de mucho tiempo. La verdad es que había sido bastante amigo de ella antes. Ella me vio y comenzó a llorar y llorar y a abrazarme. Y me dijo, "¡Chiquillo, volviste!" Pero, en reali­dad, yo no había vuelto de ningún lugar. Había estado acá todo el tiempo.
Lazzara: Y ella pensaba que tú habías estado exiliado...
Jerez: Efectivamente ella pensaba que yo había estado afuera porque no había oído hablar de mí durante mucho tiempo. Yo la vi. llorar con tanta emoción que no le podía decir que no me había ido. Seguía llorando a rienda suelta, y por lo tanto no le dije nada.
Además, en otras partes yo estaba en un listado de escritores que se fueron al exilio. Claro que yo viajaba. Entraba y salía cuando tenía la seguridad de que no me iban a tomar en el aeropuerto. Pero siempre estuve acá.
Ahora, había una literatura que en ese tiempo no se conocía y no se publi­caba por estas mismas razones. Pero sí lo que florece es una poesía contestataria. Y esa poesía es muy prolífica y se conoce. Se conoce sobre todo en las reuniones de las parroquias. También la Iglesia Católica abre un espacio de protesta, pero a puertas cerradas. Los que íbamos a las reuniones y oíamos los poemas y el canto popular (que también se incorporaba como una metodología de protesta) estábamos en lo mismo; éramos los mismos que protestábamos y que nos retroalimentábamos con nuestra ira. Allí apareció una poesía joven bastante enjundiosa y muy abundante. Era un método de expresión contra la dictadura. Pero de la prosa no se conocía nada.
Entonces, ¿qué es lo que hacia yo? Bueno, ya en el año 1974 yo entré a trabajar a una editorial como lector, y me quedaba mucho tiempo porque leía bastante rápido y los originales que me llegaron no eran muchos. Entonces, allí en esa editorial escribí mi libro de cuentos Así es la cosa, pero no tenía cómo publicarlo. No había ninguna posibilidad. Así que yo se lo mandé a Poli Délano a México, y él lo hizo publicar allá. Por eso, por el año 74 o 75 hay una edición mexicana de ese libro. Y por eso no se conocía ese libro acá en Chile. Yo había publicado algunos cuentos de ese libro en unas revistas venezolanas y argenti­nas, y eso me reportaba unos ciento cincuenta dólares muy útiles porque no tenía ni para comer. Así que yo comí bastante de esos cuentos. Después, los cuentos se editaron en un volumen, y en el año 83 (cuando se produce la aper­tura bastante significativa acá) lo publican en la editorial chilena llamada Cerro Huelén. Los cuentos recibieron algunas críticas temerosas, pero siempre fue muy positiva la crítica. Obviamente todavía no se había producido una apertura como la de hoy. Por lo tanto, los críticos también eran temerosos de tratar el trasfondo político o el trasfondo social implicado en la buena crítica. Había una crítica que leí en El Mercurio de Valparaíso que hablaba de la cesantía y de la pobreza como "males mundiales", y eso indica que los críticos no se adherían en esa época a una posición crítica local. Generalizaban con la problemática que allí se planteaba.
Entonces, se publicó mi libro y éste ganó el Premio Municipal en plena dictadura. También en esa época lo gana Poli Délano. De ahí se suprimió el premio de nuevo porque estaba ganando gente de izquierda y lo estaba dando la derecha.
Ahora, si hablamos de la literatura del exilio, tampoco conocíamos esa literatura porque no llegaba. Los autores exiliados sí conocían más de nosotros porque lo que escribíamos se lo mandábamos a ellos. Surgió una revista en Es­paña que publicaba textos chilenos, y había bastantes antologías que se fueron editando promovidas por los mismos escritores que estaban en el exilio y que eran nuestros amigos. Aquí en Chile no sucedió igual que en Argentina. Es decir, no se produjo una frontera tan estricta y tan violenta como la que se produjo en ese país. En Argentina se produjo una división bastante llamativa entre la literatura del exilio y la literatura del insilio. Los escritores que se queda­ron eran mal mirados como colaboradores de la dictadura, como gente pasiva y comprometida con la dictadura por omisión. Se produjo incluso una división en el trato social entre los escritores, cosa que acá no se produjo. Acá las dos partes fueron bastante comprensivas la una con la otra. Tenían una base común.

Lazzara: ¿Qué opiniones tienes sobre las novelas publicadas durante la dictadura? ¿Cuáles son tus predilectas y por qué?
Jerez: A mí me pareció interesante una novela de Poli Délano que se llama En este lugar sagrado. Hernán Valdés también me interesó con su obra testimonial Tejas Verdes. Y también Cerco de púas de Aníbal Quijada. Tengo buena opinión de esa literatura pero sigo pensando que era mejor la poesía que se produjo.
¿Sabes lo que ocurre? Los que nos quedamos aquí en el interior experimen­tábamos lo que creo que sigue siendo uno de los más graves problemas hasta hoy en la literatura chilena: la imposibilidad de tratar de conectarla con lo que ocurrió en ese tiempo. Yo he sido siempre un escritor que escribe sobre el acon­tecimiento. Pero hoy en día eso es precisamente el grave problema en la literatu­ra chilena. Fue tratado el problema de la dictadura y de los desaparecidos tan exhaustivamente por los medios de comunicación después de la dictadura que cuando se produce una pequeña apertura por la Iglesia Católica y se comienza a tratar el tema de los detenidos-desaparecidos en revistas como Apsi, Análisis y Mensaje, termina siendo tan manipulado el lenguaje que da cuenta de ese perío­do que la literatura se ha visto en serios problemas para trascender y superar eso, y superar incluso la anécdota de lo que ocurrió. Todavía no hay mitos; no hay nada. No se trata de novelas como Evita de Tomás Eloy Martínez, por ejemplo, novelas que toman un trasfondo político para ficcionalizarlo. Esa posibilidad acá todavía no se da porque la novela chilena todavía ronda en lenguaje gastado, en imágenes y anécdotas estereotipadas. Entonces, tiene que decantarse más. Tiene que llegar mucho más a fondo para que surja la novela de la dictadura. Por eso, yo pienso que la novela definitiva sobre la dictadura no se ha escrito todavía. Y no tiene que ser necesariamente una novela ambiciosamente totali­zadora, pero sin embargo, que sea tan simple, tal vez tan minimalista que en algún momento dé cuenta de la totalidad. Y para eso se necesita lenguaje nuevo, independiente, autónomo, no-contaminado por la pasión propia ni por el desgaste en los medios de comunicación.
Lazzara: Muchos escritores de tu generación suelen hablar de los mil días de la Unidad Popular como una suerte de paraíso o utopía perdido al fascismo. Esta postura sólo más recientemente comienza a criticarse por algunos de los mismos pensadores de izquierda. ¿Cuál es tu valoración de ese período en la historia de Chile?
Jerez: Yo creo que hay dos aspectos fundamentales que tenemos que separar. Primero, el aspecto espiritual de pasión y hermandad es muy rico en esa época. ¡Es inolvidable! Se produce una transformación del hombre no imaginada hasta entonces. Se hermana el rico de izquierda con el más pobre obrero o analfabeto. Y esta hermandad produce, por una parte, un sentido de renunciación del rico. Yo conozco a mucha gente que renunciaba todo y que adhería al movimiento. Se hacían trabajos voluntarios. Trabajamos nosotros a la par con los obreros para elevar la producción, que estaba bastante deprimida por diversos factores. Todo lo que es humanismo, espiritualidad y hermandad floreció.
En la cultura, basta con señalar que la editorial Quimantú publicaba libros en treinta mil ejemplares. El miedo es un negocio fue uno de esos libros. Enton­ces, podemos decir que había una ansiedad por saber en esa época, una ansiedad de todo el pueblo para no quedarse atrás. De ahí surgían cantos empujantes también con Víctor Jara y los Quilapayún.
Todo eso es verdaderamente rico. Pero hay otro aspecto, otra realidad prác­tica y económica también. Ésa es la realidad de la relación entre los medios de producción y lo que se produce. Y esa parte fue manejada verdaderamente mal. El asunto económico toma todos los medios de producción (las fábricas, los controles de importación y exportación de productos) y se produce lamentable­mente una suerte de derecho adquirido en los políticos de esa época. Por el hecho de haber pertenecido durante muchos años a partidos de izquierda y de haberse sacrificado siendo perseguidos en épocas muy difíciles, de pronto se encuentran en el poder. Entonces, la gente verdaderamente capacitada no exis­tía. Existía una gente capacitada en la teoría política pero no en la práctica. Por ejemplo, de pronto habría un cajero de banco nombrado presidente del mismo banco cuando ese cajero no sabía más que recibir dinero y ponerlo en la gaveta. Y no sólo eso, sino que también la experiencia transforma a ese hombre. Ese cajero de banco es una persona común y corriente que toma un microbús col­gando de la barra para llegar a su trabajo. Cuando lo nombran presidente del banco, de pronto tiene un automóvil a su disposición. Yo fui testigo de muchos de esos que ya se olvidaron de sus camaradas y tomaban una actitud exterior y arrogante porque no estaban preparados mentalmente para eso. Entonces, fra­casaron esos bancos, y lo mismo ocurrió en las fábricas y en todas partes.
El manejo económico fue deplorable, pero a su vez también tuvo un co­mienzo deplorable. Tuvo el comienzo que se cuenta en mi novela El miedo es un negocio. En la novela se produce la elección de Allende y hay un señor que es pre-candidato, Andrés Zaldívar, que pronuncia un discurso antes que Allende sea elegido gobernador, discurso en que avizora una estampida de corrida de dinero y de huida de capitales hacia el exterior. En fin, siembra el pánico finan­ciero con ese discurso. Entonces, las reservas del país quedan nulas. También hay una gran solidaridad externa del fascismo que se une para hacer un bloqueo no-institucionalizado. Entonces, no se envían mercaderías ni las materias pri­mas necesarias para Chile porque el extranjero teme que no le paguen. Además, la producción interna era escasa -pobrísima.
Entonces, te digo que la parte económica lamentablemente fue mal mane­jada, pero sí se produce una eclosión espiritual impresionante.
Lazzara: ¿En la parte económica dirías que no había una visión suficiente para el largo plazo?
Jerez: No había un proyecto definido porque se pensaba que los sindicatos (a través de la organización de los obreros y el control de las fábricas) eran los que tenían que elegir. Y estábamos nosotros completamente convencidos de eso (y me incluyo yo). Pero, como te decía antes, ninguno tenía una preparación. Nunca había visto un libro contable nadie. Y en ese sentido, la parte económica estaba destinada al fracaso. De repente habría en los medios de producción un actor de teatro, por ejemplo, que estaba a cargo. O estaba a cargo del canal de televisión José Ortega, que era un compositor de música, pero no tenía idea de cómo administrar un canal. No había gente preparada. Si tú te das cuenta, hoy en día en todos los países del mundo se quedan los institutos de estudios. Entonces, detrás de la Democracia Cristiana o detrás del Partido Socialista o detrás de la Renovación Nacional hay un instituto especializado que está estudiando coyun­turas políticas y económicas. Toman el gobierno el día de mañana y allí tienen todo su ministerio. En ese entonces no ocurría eso. Chile formaba parte de una eclosión internacional. Todo el mundo estaba en la revolución.
Lazzara: ¿Cómo debe ser recordado por la historia el Presidente Allende?
Jerez: Yo creo que es uno de los presidentes al que le ha tocado uno de los gobiernos más difíciles de la historia. Primero que nada, él abre una posibilidad cierta, verdadera y auténtica de elevar la condición de las clases desposeídas, y a la vez propende a una cierta igualdad. Pero para llevar a cabo ese proyecto había unas multitudes de partidos políticos complicando las cosas. El Partido Comu­nista, por ejemplo, pedía una audiencia con Allende y le llevaba un proyecto. Después venía el Partido Radical que le llevaba otro proyecto. Luego, el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionario) y la Democracia Cristiana venían con sus proyectos. En el fondo, nadie entendía nada porque ni siquiera había

unidad entre el Partido Comunista y el MIR. Entre los partidos no había ningu­na unidad. ¡Ninguna! No había acuerdo en nada.
Entonces, yo creo que Allende debe ser recordado como uno de los presi­dentes al que le ha tocado uno de los períodos más difíciles en la historia de Chile. Sin embargo, era un hombre honrado, auténtico y bien intencionado. En realidad, era un hombre honesto que trazó ciertas líneas de humanidad y de cambio de las personas.
Lazzara: Siendo un escritor de militancia izquierdista, me interesa preguntarte si todavía te parece viable el socialismo como proyecto legitimo.
Jerez: Mira, es una pregunta que yo me hago constantemente. No tengo una respuesta certera sobre eso. Yo pienso que tiene que haber por lo menos un proyecto distinto al proyecto deshumanizador de la derecha.
¿Qué entiendo yo desde mi punto de vista como una diferenciación entre el socialismo y la derecha? Bueno, la derecha piensa que el desarrollo económico por sí solo va a otorgar ventajas y va a elevar la condición de la gente desposeída. Los cálculos de la izquierda son de que pasarán cientos de años para que eso ocurra. Además, surgen junto al capitalismo nuevos problemas. Surgen proble­mas reales del mundo actual como los monopolios (pienso en tu compatriota Bill Gates, presidente de la Microsoft Corporation) que le van desgastando al capitalismo y producen una guerra interna entre la gente. Y esa guerra tras­ciende naturalmente a los otros países, que se ayudan o no se ayudan para que las monedas no se devalúen. Es un juego hipócrita todo esto. Entonces, los pequeños grupos económicos que están gobernando el mundo siempre están protegiéndose de los monopolios.
Pienso que el poder del dinero es casi incontrarrestable porque el dinero va tejiendo una telaraña en que están los medios de comunicación, los medios de transporte y los medios de producción. Basta con mirar aquí en Chile cuántos canales de televisión hay que entreguen la visión de la izquierda. Claro que en una "democracia" hay que mostrar frente al público una cierta pluralidad, y por eso tenemos un canal de izquierda compitiendo contra seis canales de derecha. Así que puedo decir que creo en el humanismo que se hablaba durante el gobierno de Allende -en esta gran división entre lo espiritual y lo material. Pienso que el papel de un socialismo podría ser dar una mayor espiritualidad, pero una espiritualidad que es educación también. La educación hace poderoso al que la tiene. No hay que imprimirle miedo a la gente como se hacía durante la dictadura. Antes trabajábamos mucho con el miedo. Trabajábamos con el miedo de la revolución, el miedo de la guillotina y el miedo de la cárcel. Pero no trabajábamos con la educación porque eso causaría que brotaran nuevos senti­mientos (quizás peligrosos) en los seres humanos. Entonces, pienso que la posibilidad del socialismo es humanizar al sistema. Pero, a la par, también es una posibilidad de honradez, una posibilidad no contaminada para nuestro mundo que ofrece tantas tentaciones desde las drogas hasta la riqueza. Y con estas tentaciones es muy difícil que un hombre surja plenamente.
Lazzara: ¿Qué memorias tienes del 11 de septiembre de 1973?
Jerez: Bueno, yo te puedo contar la experiencia mía que cuento literariamente en mi libro Temprano despunta el día (1993), un libro pos-golpe en que se ve el ambiente de lo que ocurrió. Primero, yo te voy a hablar un poco más de temas económicos. Dentro de los papeles que me había dado la Unidad Popular en ese entonces, a mí me habían llevado a una especie de laboratorio de cerebros que había en el Banco Central donde se preparaba gente para asumir responsabilida­des futuras. Yo estaba en dos áreas: el área económica por un lado, y el área literaria por el otro. No me gustaba el área económica en absoluto, pero de alguna manera me veía casi como un soldado obligado a aceptar el trabajo. Me asignaron mi puesto y yo estuve bastante tiempo sin hacer nada concreto, sólo preparándome. El día del golpe de estado yo me dirigí a mi trabajo en la maña­na en mi pequeño auto. Cuando iba por la Costanera, oí por la radio unas marchas militares y me pareció un tanto raro. A nosotros en la cédula política siempre nos preparaban para un golpe. Y nosotros vimos muchos golpes a lo largo de los tres años de Allende, y pasamos muchas noches esperando a que pasara algo. Pero no aceptamos cuando realmente fue. Entonces, en la calle cerca de mi trabajo se produjo un embotellamiento de autos a eso de las 8:30 de la mañana, lo cual fue agravándose. Había gente que hasta atravesó el parque aplastando las flores y los prados para regresar a sus casas. Y yo seguí a mi deber no más. Cuando llegué al centro, estacioné mi auto en un estacionamiento y después me fui caminando hacia el Banco Central que quedaba al lado de la Moneda. De allí comenzaban a pasar aviones tirando bombas, y ya no cabía duda que había un golpe porque mucha gente que estaba a favor del golpe gritaba "¡Por fin!" Con todo esto, no alcancé llegar a mi puesto en el Banco Central y fui de nuevo a buscar mi auto, pero tenían encerrado el estacionamiento, y no había nada.
Era un día muy gris, un día de una llovizna helada, un tanto oscuro tam­bién. Más se oscureció todavía con el humo que comenzó a brotar del palacio presidencial. Pusieron un toque de queda para las cinco de la tarde, pero yo vivía muy lejos del centro en la comuna de Vitacura, y tuve que caminar siempre acercándome más a la hora del toque y siendo revisado muchas veces durante el trayecto por soldados. La sensación primera fue una sensación de aturdimiento. Debe ser la misma sensación que siente un boxeador cuando le han propinado un golpe de knockout. Mientras cae el boxeador debe sentir lo mismo que sentí yo y que sintieron muchos otros de no comprender todavía lo que realmente había pasado, de pensar ¿cómo será esto?, y de pensar que éramos más podero­sos como para superar rápidamente esa contingencia. Y esa sensación a nosotros nos acompañó durante mucho tiempo. Ya no fue tanto la sensación de poderío sino que fue la esperanza de que algo iba a acontecer.
Entonces, a partir de ese día hay bandos. La televisión cambia. Aparece la junta militar. Nadie se habla por teléfono con los amigos porque ya se experi­menta una sensación de peligro, de que estés vigilado. Pero a pesar de eso, segui­mos con una sensación casi absurda de esperanza porque todos los días se tejían rumores de que avanzaba un ejército rebelde contra los que se habían instaurado -algo que en realidad nunca ocurrió. Y después existía la posibilidad de que algunos amigos se juntaran en las casas y se contaran lo que estaba sucediendo porque no había ninguna forma de informarse sobre los acontecimientos.
Aquel día es un día que para muchos fue bastante confuso y bastante nuboso porque nada se entendía todavía. No había ninguna posibilidad de comprensión.
Lazzara: A diferencia de muchos escritores de tu generación, tú te quedaste en el país durante los diecisiete años de dictadura. ¿Qué factores te motivaron a quedarte acá y no irte al exilio?
Jerez: Me había casado hace poco y tenía dos niños muy chicos. Tampoco tuve la capacidad como para vislumbrar la gravedad de lo que iba a ocurrir. Yo creo que fue por eso que me quedé. Pero yo tuve invitaciones, una cantidad increí­ble de facilidades para irme. Recibí invitaciones de Dinamarca, Italia, España, Argentina... en fin, de muchas partes.
Incluso me fueron a buscar un día porque yo había publicado El miedo es un negocio. Mi situación era muy peligrosa por eso. El golpe ocurrió un día martes, y el domingo siguiente en El Mercurio me atacaron ferozmente. Me fueron a buscar de la Embajada Argentina en automóviles diplomáticos y me dijeron, "Nosotros tenemos experiencia en golpes y lo pensamos peligroso que se quede aquí. Súbase a este auto y se puede ir del país". De allí me llevaron a la Embajada Argentina en la calle Vicuña Mackenna, y por el camino ya empecé a buscar excusas diciendo que no llevaba maletas ni ningún efecto personal. Me dijeron que mis cosas se mandarían después. Me bajé frente a la Embajada y pedí diez minutos para pensarlo. Entonces, me fui directamente a la Sociedad de Escritores de Chile que quedaba a media cuadra de la embajada, y allí lo pensé y decidí no irme. Así que me quedé no más. Y después, a pesar de tener las otras invitaciones de los otros países, seguía pensando que me podría desarrollar mejor acá. Bueno, pero publiqué durante esos años en el exterior.
Lazzara: Hablando de la Sociedad de Escritores, ¿no es cierto que fuiste director de la SECH durante la Unidad Popular?
Jerez: Yo fui director durante muchos años, incluso cuando ocurrió el golpe -y durante los años de Allende también. La verdad es que en esa época teníamos poco tiempo para dedicarnos a la SECH porque nos absorbían tanto las tareas políticas. Al mismo tiempo admito que se hicieron cosas interesantes; la más interesante fue un intercambio con escritores extranjeros con quienes nunca habíamos tenido contacto antes (escritores de Alemania Oriental, Vietnam y otros lugares). Con ésos tuvimos un rico intercambio.
Lazzara: Los escritores de tu generación, la llamada generación novísima, dieron cuenta de una época de cambios importantes en la historia de Chile por medio de sus escritos. Ellos incorporaron a sus creaciones el acontecer social más inme­diato y el ánimo de una juventud politizada usando un lenguaje cotidiano y oralizado. Tu escritura parece caber en este modelo en el sentido de que la con­tingencia histórica es un elemento clave en tu obra. ¿Por qué te es tan importante escribir sobre la contingencia chilena, sobre todo en tus primeras obras?
Jerez: La pregunta que tú haces es una pregunta bastante frecuente. La verdad es que aquí se da un hecho espontáneo (y lo hemos conversado muchas veces con los escritores). Nosotros no nos confabulamos ni nos reunimos en partidos po­líticos para discutir lo que íbamos a escribir, sino fuimos surgiendo y conocién­donos a raíz de lo que cada cual individualmente escribía en su trinchera. Había un momento cuando no nos conocemos con Skármeta ni con Poli Délano ni con Ariel Dorfman. Pero basta que yo publico un libro y me llama Antonio Skármeta que quiere conocerme. Surge algo absolutamente espontáneo.Yo creo que el país era un país politizado. El país ya venía con serias divi­siones y aspiraciones al cambio. Se produce la primera aspiración al cambio (o la primera eclosión) en Eduardo Frei padre. Su discurso era el discurso de una"Revolución en Libertad", una revolución que prometía muchas cosas, y a ese proyecto nos adherimos muchos (y me incluyo yo). Hicimos una marcha llama­da la "Marcha de la Patria Joven" que culminó con una proclamación de Eduar­do Frei una proclamación que llevaba en sí algunos proyectos muy revolucio­narios para la época: la nacionalización del cobre, la nacionalización de muchos minerales, la reforma agraria, en fin. Entonces, asume el Presidente Frei con la adhesión de mucha gente, pero no cumple todas sus promesas. Y eso produce una división de la Democracia Cristiana y se forman pequeños partidos que brotan de la DC como el MAPU (Movimiento de Acción Popular Unitaria) y la Izquierda Cristiana. Y es allí en el MAPU que nos encontramos Dorfman, Skármeta y yo. Estas ansiedades de cambio se produjeron de forma espontánea. Y a medi­da que uno iba adhiriéndose personalmente al proyecto de cambio, el conjunto lo tomó y nos fuimos conociendo. Ahora, yo no sé cuál será la realidad de vivir en un país como los EE.UU. o Alemania, países del primer mundo, ni como será la respuesta de los escritores frente a esa realidad propia de cada país. Lo que sí sé es que era muy difícil para nosotros como escritores sentarnos a escribir mientras jodíamos en el ruido de las balas, o cuando veíamos a gente persegui­da, hambrienta, desamparada y sin educación. Era muy difícil sustraerse de todo eso. Todos los de nuestra generación teníamos un proyecto literario del arte por el arte. Queríamos experimentar porque estábamos en una época de experimentación contra la literatura cerrada, críptica y del lenguaje del monólo­go interior. Queríamos dar grandes oportunidades a la literatura para que se realizara sin puntos y sin comas. Queríamos que las palabras se derramaran como un caos torrentoso. Pero cuando se hace este recorrido o desplazamiento a través de este caos torrentoso, uno empieza a sentir otras voces que son voces humanas, voces que claman, voces perseguidas, ruidos de balas, un sindicato enrabiado en una reunión en Puerto Montt. De ahí uno empieza a sentir todo esto profundamente y simplemente comienza a escribir. No quedó otra.
Lazzara: ¿Cuál fue tu situación personal durante la dictadura? ¿Cómo te ganaste la vida? ¿Qué problemas tuviste?
Jerez: Primero, estuve cesante durante mucho tiempo, durante más o menos un año y medio. Tuve que dejar la casa donde vivía con mi mujer y mis dos hijos, y me fui a la casa de mi suegra. Después de un tiempo, pasé por mi casa y descubrí que tenía cortado el teléfono y todos los demás servicios. Así que por integridad personal dejé la casa.
Después de un año y medio fui a trabajar como lector en una editorial, y en esa editorial por supuesto que los libros que yo recomendaba nunca se edita­ban. Uno de los libros que se editó fue Martes 11 de septiembre de 1973 que fue una suerte de apología del golpe militar. Yo tuve que diagramar ese libro obliga­toriamente. En el libro había que colocar varias fotografías, y entre ellas había una foto de la Junta Militar y otra de Allende dando su discurso final desde el balcón de la Moneda. Entonces, yo coloqué la fotografía de Allende en toda una página y la de la junta Militar en sólo media página. No sé si alguien se dio cuenta. Pero lo curioso de esto es que uno de los autores de ese libro era hasta hace poco el director del diario La Nación-diario del gobierno oficial. Y éste hizo una apología de la dictadura.
Así que trabajé en esa editorial durante un tiempo, y después la editorial casi no publicó nada. Por esta falta de pega, me mandaron a cobrar facturas a lo largo de todo Chile. Yo viajaba cobrando facturas alojándome en unos hoteles inmundos... en fin, lo pasé muy mal. Estuve más o menos dos años en eso. Pero como yo había estudiado asuntos financieros, en alguna oportunidad me llamó alguien y me pidió que le hiciera una asesoría. De ahí yo comencé a asesorar a pequeñas empresas durante algún tiempo a la par que seguía con mis activida­des literarias. Pero fue muy tardíamente que yo empecé por lo menos a tener alguna sobrevivencia en cuanto dinero.
Lazzara: Y ¿qué pasó con tu carrera literaria durante esos años? ¿No es cierto que dejaste de escribir por casi diez años después de la publicación de El miedo es un negocio?
Jerez: Sí, después de El miedo es un negocio publiqué mi libro de cuentos que se llama Así es la cosa. La verdad es que hice una reflexión muy profunda que me convenía hacer en esa situación. Yo pensé que lo mejor sería leer mucho y hacer todo lo que no había hecho para prepararme literariamente aunque seguía esbo­zando. Comencé una novela que nunca terminé. Y después la boté porque no me gustó para nada. Escribí bastantes cuentos que se publicaron en revistas. Y empecé a tomar los apuntes para la novela Un día con su excelencia.
En una oportunidad yo escuché una noticia en la radio sobre un gober­nante ruso (no me acuerdo quién era) que estaba desaparecido durante mucho tiempo. La génesis de la novela Un día con su excelencia es ésa. Muchos creen que es la dictadura chilena. Bueno, los acontecimientos posteriores que se na­rran sí son de aquí, pero el chispazo inicial de esa novela es esa noticia sobre un jerarca ruso que desaparece durante mucho tiempo y, por lo tanto, no está en las ceremonias oficiales del país. De allí que se crean historias de que está enfermo, de que lo mataron, de que hubo un ataque, o cualquier cosa. Eso me impresio­nó mucho. Y aunque ha sido bastante común después, en ese entonces no era tan común. Pensé que tenía que hacer lo mismo con el dictador que había acá. Pensé que lo tenía que hacer desaparecer.
Así que empecé a tomar los apuntes para la novela, pero no pensando en escribir más que un cuento. Con dicha intención, escribí las primeras páginas de lo que luego sería la novela y se las pasé a unos amigos. Casi todos los que la leyeron me dijeron que la historia tenía que ser una novela, que no la podía terminar allí. Entonces, volví a pensarlo como novelista.
Lazzara: Me parece que un aspecto interesante de esa novela es la presencia de un optimismo histórico que anuncia la caída inminente de la dictadura, que anuncia que la tiranía tiene que terminar en algún momento determinado. Este optimismo también está presente en la novelística de Francisco Simón, y es un rasgo importante de varios textos escritos bajo las condiciones adversas del autoritarismo...
Jerez: Yo pienso que es un optimismo casi valórico en el sentido de que en algún momento tendría que darse lo que se había visto desde siempre en las seriales y en las películas de niños: que el bien siempre tiene que triunfar sobre el mal. Entonces, yo también buscaba esa posibilidad de redención, esa posibilidad de ver el castigo (no más allá, sino de verlo acá), esa posibilidad de ver la muerte.
Lazzara: Conociendo la censura oficial que existía en la época de la dictadura, ¿cómo reaccionaste personalmente ante ese hecho? ¿Y qué impacto tuvo la cen­sura o la autocensura en tu propia escritura?
Jerez: Para mí la censura operaba en forma de autocensura. Yo pienso que todo ser humano tiene la oportunidad siempre de obtener resultados positivos aún en las condiciones más miserables y peores y en las más difíciles circunstancias. Pienso que un escritor que se exilia, y sobre todo que se exilia también de su idioma, de alguna manera va perdiendo la cotidianeidad del idioma. Sin embar­go, por otro lado le van quedando las palabras con mayor significado, las pala­bras que más impacto produjeron en su mente y en su vida. Entonces, cuando esa literatura se va a escribir, se va a escribir con unas palabras que nunca creía haberlas poseído siquiera. Ése es un aspecto positivo en todo esto: el descubri­miento de las palabras como uno descubre a un ser amado cuando lo perdió.
También el hecho de estar censurado produce un esfuerzo de la mente para buscar otras significaciones: cómo decir lo mismo sin que pierda fuerza, sin que pierda crueldad, sin que ese escrito vaya a ser quemado, y sin que se pierda, por tanto, el objetivo de la comunicación. Así uno va buscando otras formas de expresión que no constituyen un renunciamiento doctrinario, ni filosófico, ni nada. Es la búsqueda de lo esencial y no la prodigalidad de medios que uno tiene cuando libre. Bajo una dictadura uno se ve absolutamente obligado a esco­ger, a elegir y a trabajar mucho más con la inteligencia. Tenía que ser así porque estábamos viviendo en un estado opresivo, un estado de persecución.
Ahora, la literatura estrictamente política que criticaba radicalmente al sis­tema estaba condenada al fracaso en cuanto a su divulgación. En segundo tér­mino, estaba condenada al fracaso en cuanto a su permanencia en el tiempo. Con toda seguridad esa literatura apasionada de un momento se iba a terminar. No iba a tener ninguna trascendencia porque se percibiría como panfletaria.
Lazzara: ¿Y cómo hacías para evitar que tus libros fueran panfletarios, o sea, para que tuvieran esa "trascendencia" de la que me hablas?
Jerez: Si yo tuviera la posibilidad de escribir un buen libro panfletario y tuviera suficientes razones para hacerlo, lo haría. Lo haría porque pienso que su fuerza radical literaria nacería de su misma trasgresión a los términos literarios. Yo pienso que el escribir no es un esfuerzo muy grande en cuanto a proponerse metas. Si uno tiene suficientes recursos literarios y no quiere escribir un libro panfletario, simplemente no lo hace.
En este momento estoy escribiendo un libro sobre un yuppie, sobre el típi­co hombre de negocios de hoy con su teléfono celular y su casa en La Dehesa pero con un vacío espiritual dentro de él que se va creciendo. Deja de interesarle su mujer por un affaire que tiene con su secretaria. Dejan de interesarle sus hijos, y en algún momento busca cómplices para lo que él está haciendo. Es la historia de alguien que se deja sobornar fácilmente por la tentación del mundo de hoy en donde las posibilidades son tantas que el soborno casi pasa a ser una virtud al recibirlo. Y el que no lo recibe es un imbécil. Uno, ya sea escritor u hombre de negocios, se enfrenta con las múltiples posibilidades del mundo de hoy.
Uno siempre tiene mucho miedo a la competencia de los medios de co­municación y a la competencia del lenguaje diario, cuyo resultado es ir desgas­tando y pervirtiendo las palabras y los pensamientos. Y esto podría ser una espe­cie de panfletarismo del lenguaje, de panfletarismo de las ideas.
Entonces, cada vez que me siento a escribir, eso es lo que a mí me persigue como una posibilidad de abismo que trato de evitar. Al escribir este libro en que sigo trabajando estoy corriendo muchos riesgos. Por ejemplo, hablar de un teléfono celular es casi una perversión hoy en día; es casi anti-literario. Pero hay que llevar ese teléfono celular a la literatura de alguna forma interesante y realmente trascendente.
En el fondo, pienso que lo que uno hace es lo que uno puede. Y es la formación además que uno tiene. Yo tengo una formación que me ha produci­do mucho miedo porque he escrito sobre los acontecimientos mismos sin espe­rar en el tiempo. Lo que sí se está esperando en el tiempo es la novela definitiva sobre la dictadura. Pero el peligro siempre está latente: el peligro que siempre rodea a uno con el smog de las palabras y el smog de las ideas.
Lazzara: Yo veo en muchas obras del interior chileno escritas durante la dicta­dura una corriente común que es un cuestionamiento ético del poder. Me gus­taría saber si tú estás de acuerdo con esa afirmación, y si podrías comentar lo mismo con respecto a tu propia obra.
Jerez: Yo pienso que una de las tragedias del ser humano es la mentalidad del uno contra otro. Yo me rebelo contra la arrogancia y la prepotencia. Me rebelo contra la ostentación del poder en todas sus formas. A mí me ha influido bas­tante en eso un filósofo, sociólogo y economista que se llama Thorstein Veblen. Él es hijo de unos inmigrantes noruegos que llegan a establecerse en EE.UU.. Crece allí y logra estudiar economía y escribe un libro que se llama "Peoría de la clase ociosa en donde analiza casi todas las manifestaciones del poder. En su libro, Veblen critica al marxismo desde el punto de vista de que no es correcto lo que dice Marx en cuanto a que las clases sociales deprimidas aspiran a tornarse el poder o a ser iguales. Dice, en cambio, que quieren ser más -mucho más- que los que están arriba en el poder. Además, hace un repaso a la moda y a la tenden­cia del ser humano a la saña, y por medio de la saña a la divulgación, la ostenta­ción y el poderío. Veblen también llega a dar clases universitarias, pero es recha­zado. Sin embargo, él es como un imán que tiene algo que atrae a la gente. Y ese libro de él ha influido bastante en mi posición crítica por su tratamiento de las muchas manifestaciones del poder -no sólo al poder político sino también al poder que emana de la riqueza o que emana de la saña mal concebida. Es una rebelión a la que también tampoco podría dar una racionalidad. Hay ciertas cosas que pienso que vienen con el color de los ojos o con el color de la piel. Vienen con uno. Son de corazón.
Lazzara: Tú naciste en Lo Miranda, en el campo cerca de Rancagua, y luego te trasladaste a Santiago definitivamente. ¿Cómo afectó en ti esa primera experien­cia de la vida del campo?
Jerez: Seguro que es una etapa que marca. Yo viví en Lo Miranda hasta los ocho años, y después me trasladé a Rancagua a un colegio de los hermanos maristas, y después estudié con los hermanos maristas en Santiago. Durante la época de mis estudios volvía constantemente al campo porque todavía tenía varios fami­liares allí. A mí me asombraba el primitivismo de la vida en el campo. Tengo recuerdos que siempre me quedaron desde que tuve la capacidad de retener algo, esos mitos y manifestaciones de cómo vive la gente. Y eso me ronda mu­cho. Yo no he vuelto más al campo después de mi adolescencia, pero todavía tengo una parte de él en mi mente. Recuerdo las plazas y las calles y constante­mente me están surgiendo. Incluso me es muy fácil reproducir el lenguaje del campo. En mi escritura yo he reproducido este habla popular con todos sus mitos y con una serie de palabras españolas arcaicas que hoy en día no se usan acá, pero que todavía se usan en el campo con gran resonancia de significado.
A mí me marca todo del campo. Me marca, por ejemplo, el hecho de que a alguien se le quebraba una pierna y había que llevarlo a un curandero porque no había un médico. Recuerdo una oportunidad en que para saber si un mori­bundo todavía respiraba, había que poner un espejo frente a su boca a ver si se empañaba. Recuerdo las velas que se usaban porque no había electricidad. Los que tenían radio eran los poderosos del pueblo. Recuerdo salones con muebles antiguos. En fin, un mil de imágenes y sensaciones que quedan con uno.
Lazzara: ¿Cuál era tu relación con la literatura cuando niño? ¿Cuándo te intere­saste por ella?
Jerez: Yo me interesé por la literatura porque cuando me trasladé a Santiago, estaba dentro de la casa mucho y tenía tiempo libre para leer. Soy hijo único y ocurre que mi padre murió en un accidente cuando era joven. A raíz de esto, yo fui muy sobreprotegido. Por ejemplo, yo iba a la escuela en una micro que me pasaba a buscar a la casa, y en la tarde la misma micro me traía de vuelta. Por eso estaba muy volcado hacia adentro, y dicho encierro me dio mucho rato para las lecturas. ¡Y leía mucho! Leía revistas sobre todo. Había, por ejemplo, muchas revistas argentinas que llegaron acá con ilustraciones muy hermosas y cuentos de Constancio Vigil que me gustaban. Además, mi abuelo tenía un mueble biblioteca grande lleno de libros del Siglo de Oro español, El Quijote, Lazarillo de Tormes, La Celestina, libros de Benito Pérez Galdós y de Zorrilla, y muchos más. Y un día me dijo que me lo iba a regalar, pero que yo tenía que llevármelo a mi pieza. Y ahí empecé a leer todos esos libros españoles que me encantaban.
Así que mis primeras lecturas eran de autores españoles, y ya posterior­mente en el colegio de los hermanos maristas cuando había oportunidades de hacer composiciones, siempre las hacía y comencé por lo tanto a recibir estímu­los de los profesores. Mi primer libro prácticamente lo escribí allí en la secunda­ria. Me integré a grupos de teatro también, y estudié teatro durante un año. En fin, hice muchas cosas que me causaron enamorarme de la literatura.
Lazzara: Tu primera novela, El miedo es un negocio, fue publicado en agosto de 1973 tras tres volúmenes de cuentos tuyos. Esta novela anuncia una especie de conspiración de la derecha y describe el pánico financiero que sucedió después de la elección de Allende. Debido a su cercanía a la fecha del golpe, ¿qué suerte tuvo la novela?
Jerez: El libro tuvo bastante crítica pese que el libro salió a fines de agosto y sólo logró estar dos semanas en las librerías nacionales. En esas dos semanas aparecie­ron bastantes críticas y, sobre todo, un informe importante de un lector de la Editorial Quimantú que se llamaba Jaime Concha. Su informe fue el ímpetu para la rápida publicación del libro. A partir de ese informe, la reacción de la crítica fue bastante positiva. Hice muchas entrevistas (como la que estamos ha­ciendo ahora) que no salieron la mayoría porque vino el golpe. El libro mismo se tiró en una edición muy grande, y un ejemplar valía igual que una cajetilla de cigarrillos. Eran muy baratos todos los libros de la Editorial Quimantú. Ade­más, tenían mucha publicidad en la televisión. Mi libro apareció en la tele con muy buenas críticas. Mi dolor grande era que el libro tenía que ser olvidado porque había pasado una censura después del golpe, y había que pedir un per­miso de circulación para poder publicar algo. Yo vi a muchos libreros que ha­bían comprado los ejemplares de El miedo es un negocio de Quimantú, y que afortunadamente no los quemaron pero tampoco los podían vender. Cada cier­to tiempo vendría un inspector que revisaba si el stock estaba sin tocar. En una oportunidad quería exportarlo, pero no me lo permitieron. El dictamen de la aduana era que la mierda no se tiraba al vecino.
Yo era muy amigo de Osvaldo Soriano, un escritor argentino notable que escribió Cuarteles de invierno, No habrá más penas ni olvido y A sus plantas rendi­do un león, entre otras cosas. Él había leído mi novela y se fascinó con ella. Me dijo que la tenía que hacer publicar en Argentina, y lo hizo felizmente. Después alguien allá se interesó y lo hizo publicar también en Alemania. Y se tradujo al Alemán. Afuera tuvo bastantes repercusiones.
Lazzara: Un día con su excelencia (1986) forma parte de una larga tradición en el continente de "novelas de dictador", dentro de las cuales se encuentran títulos como El otoño del patriarca de García Márquez, El Señor Presidente de Asturias y Yo, el Supremo de Roa Bastos. ¿Qué es lo que lo motivó a escribir dentro de esta tradición?
Jerez: La génesis de esa novela es la que yo te conté. No me propuse nada en especial. Yo, como escritor, siempre ando buscando temas y escuchando pala­bras. Siempre estoy diciendo que me interesa algo para mis libros. Siempre estoy observando. Una vez estuve en una fiesta parado en un rincón y alguien se me acercó y me preguntó sobre qué estaba haciendo allí. Y yo le respondí, "Estoy trabajando". Entonces, siempre ando buscando materia prima para mi trabajo o tratando de archivar cosas. Lo terrible de un escritor es tratar de retener las miles de cosas que observa en la vida. Yo a veces camino por las calles y escribo páginas y páginas en mi cabeza, y las repaso pero después se me olvidan.
Con Un día con su excelencia nunca me propuse hacer una novela del dic­tador según pautas o fórmulas especiales. Tenía ciertos elementos en mi mente para hacer un cuento. Y el elemento que me interesaba era describir las intrigas en la vida del dictador. Hay mucho que apetece en el poder. Y así empecé a escribir mi cuento. Luego se transformó en novela porque yo había investigado mucho el asunto. Iba a la Vicaría de la Solidaridad y veía las fichas de los desapa­recidos, los muertos y los torturados. Entonces, cuando ya tenía los principios de algo, me comenzaba a surgir todo lo que había retenido antes. Y se fue confor­mando una figura del dictador, pero sin una proposición clara preconcebi­da. Luego, unas personas que leyeron el cuento me dijeron que no lo podía terminar allí, que tenía elementos importantes de una novela. De ahí empe­cé a pensar en qué acto podría ser importante para demostrar el destino de la figura del dictador.
Claro, había leído las novelas que tú mencionas. Y es cierto que uno va depositando sensaciones e imágenes en su mente de los libros leídos. Tal como tengo una bodega de recuerdos del campo, también tengo una bodega de sensa­ciones de libros que he leído y de sus capítulos, frases y palabras. Y puede que mucho de esas lecturas esté en mi libro, pero nunca me propuse ni siquiera releerlos. Tampoco he releído mis propias novelas. Por eso, siempre tengo pro­blemas cuando me preguntan detalles o minucias de ellas. Mi novela El miedo es un negocio yo se lo presté a Skármeta sin correcciones. ¡Te juro que no tenía ninguna corrección! Y sin decírmelo, Antonio se lo llevó a la editorial. Me lla­maron a los tres días para que viniera a firmar el contrato. El libro ni siquiera tenía título. No tenía nada. Entonces, fui a la editorial, me sugirió el título el director, y me pasaron una cantidad de plata que nunca me había imaginado. Y el libro salió, y nunca he vuelto a leerlo. No quiero releerlo. Tengo un espantoso miedo. Ahora hay una posibilidad de reeditarlo. Lamentablemente ahí voy a tener que leerlo de nuevo o dejarlo publicar sin correcciones.
Lazzara: A pesar de que el dictador no es identificable per se en tu novela, no se puede negar que hay coincidencias con la realidad chilena: un bombardeo que deja un palacio en ruinas y una visita internacional frustrada a medio vuelo, por ejemplo. Estas coincidencias me indican que para ti debe haber cierta relación entre ficción y realidad...
Jerez: A mí me fascina la mezcla de ficción con realidad. En una oportunidad yo estaba contratado para hacer unas clases literarias en la cárcel. Y en la novela que estoy escribiendo actualmente voy recogiendo esa experiencia de la cárcel. La experiencia de la cárcel está relatada allí tal como es en la realidad. Hay una realidad transcrita en esa novela -cómo viven, cuales son las costumbres de los presos- incrustada en el personaje ficticio.
Yo pienso que uno vive esa mezcla diariamente. Pienso que todo es una mezcla de realidad con ficción. Para bien o para mal, el hombre es en gran parte ficción puesta sobre una realidad. En esto vuelvo con Thorstein Veblen --en las tentaciones, en la saña, en que debe aparecer lo que no se ve, en que debe ficcionalizarse la realidad. Insertar mundos creados en el mundo real es la supre­ma aspiración de un escritor, o por lo menos debe ser así.
Lazzara: Me interesa que los intelectuales y artistas chilenos hayan cumplido una labor muy importante en el gobierno de Allende. Como artista activo en esa época ¿podrías precisar cuál fue la contribución de los intelectuales y artistas al proceso de cambio social y político?
Jerez: El intelectual chileno actuó en dos frentes: el frente espiritual y el frente práctico. La novedad en esto es que los escritores podían llevar ese frente espiri­tual al mundo real por medio de la literatura. En esa época, todos los escritores se integraron a un movimiento de dar a conocer la creación de cada cual: recita­les, conversaciones con el público, etcétera. Se realizaron muchos recitales, mu­chos seminarios, muchos encuentros y muchos talleres. Había una verdadera ansiedad por saber, porque la mayoría de la gente no sabía. La mayoría de la gente nunca había escuchado ni leído un poema. Y la gente nunca imaginaba que podría hacerlo.
Luego, los escritores participaban muy activamente en la redacción de las revistas. Participan Ariel Dorfman, Poli Délano y muchos otros con artículos y publicaciones de cuentos en revistas como Ramona. Surgen varias revistas du­rante la UP con un corte muy juvenil en que siempre dedican una parte a la literatura (ya sea en forma de un cuento o de una entrevista a un escritor). También hablan del baile, del teatro y del canto popular. En todas esas revistas la literatura tiene una presencia. Y son los mismos escritores que empujan para que esa presencia esté allí.
En el mundo práctico, los escritores estaban trabajando en su frente. Algu­nos eran profesores en el Pedagógico. Otros trabajaban en la televisión. En fin, los artistas empezaban a tener una participación activa y una preponderancia en todos los medios de comunicación. Después, en el trabajo real práctico, tam­bién participaban los escritores voluntariamente. A veces había que pintar una escuela, pegar unas tablas en alguna parte, o hacer cualquier cosa. Por eso, todos se enriquecían. Se produjo una gran comunidad con mucha comunicación entre sus miembros. Ésa era la parte ideal, hermosa y estremecedora de la UP
Lazzara: Volviendo nuestra mirada al Chile de hoy, ¿qué reflexión puedes hacer sobre la situación político-cultural a fines del siglo?
Jerez: Ahora pienso que en Chile hay unos hechos positivos y muchos hechos negativos. Los hechos positivos son, por ejemplo, la promulgación de la ley del libro, que es un gran avance en un país en que los creadores y los amantes de la literatura no tenían ningún estímulo. Hoy en día, a causa de esa ley, existen grandes posibilidades para obtener becas o financiamientos para programas de difusiones de la lectura, para mejoramientos de bibliotecas y para estimular el hábito de lectura en los niños. Esto es democrático. Hay concursos también en que se apremian las mejores obras publicadas y las mejores obras inéditas. Y el premio más grande en Chile ahora puede dar unos 18.000 dólares por obra. Eso es muy positivo porque los escritores ahora están trabajando por algo que les puede resultar en beneficios concretos. Los artistas tienen un estímulo para crear y para estar ocupados permanentemente.
Por otro lado, masivamente se está produciendo (y de nuevo voy a culpar como siempre al dinero) el hecho de que los medios de comunicación están educando a la masa para lo más pedestre y lo más vulgar. Entonces, se retroalimentan. La masa lo pide porque ya se educó a eso. Por eso, hay babosos en la tele que se perciben como héroes nacionales. También en deportes todo está tomando la vulgaridad. Y este reino de lo vulgar en la televisión está mar­ cando a la gente y la está alejando paulatinamente un poco más de los hábitos de lectura. Por otra parte, esta masificación ya no se circunscribe a los límites de la nación, sino tenemos por otro lado los medios de comunicación expandiéndose en el universo. Entonces, en un país tan limitativo como éste, se va perdiendo la verdadera identidad (si es que alguna vez hubo algún tipo de identidad). Me parece que estamos en una época de una gran vulgaridad en que priman los rating en la radio, en la televisión y en la literatura.
Yo creo que se escribe y que se publica mucho. Hay muchos escritores que escriben y tienen más facilidad para publicar que en cualquier época anterior. Pero la calidad de lo que se publica es altamente cuestionable. Eso ha ocurrido también en otras épocas en que la literatura masiva se pierde con el tiempo o en que las oportunidades de interés económico son mayores.
Lazzara: Dentro de este estado tenue de las letras chilenas de hoy, ¿se destacan para ti algunos escritores particularmente talentosos?
Jerez: Sí, claro. Hay escritores destacados como Carlos Franz, Gonzalo Contreras, y Juan Carlos Ribero (un escritor muy joven y muy bueno de Iquique). Hay Ramón Díaz Eterovic en la novela negra. Me gusta también Arturo Fontaine. Son escritores para mí interesantes.
Lazzara: En tu opinión, ¿qué impacto tuvo la dictadura pinochetista en la psiquis colectiva chilena?
Jerez: Pienso que el impacto mayor es el autoritarismo porque éste creó mucho individualismo y muchos puntos aislados. Y estos puntos aislados se temen y compiten entre sí. Y compiten con malas artes: con el autoritarismo, con poco sentimiento. Pienso que prevalece esta sensación de violencia que antes no exis­tía. En Chile, antes era inconcebible leer en la prensa que un diputado o un personaje público fuese amenazado de muerte. Eso no se daba. Pero hoy en día ese tipo de cosa empieza a aparecer como en Colombia. Entonces, hay una violencia que se inoculó en la sociedad y que aflora en los momentos de crisis.
 Hay una falta de solidaridad, una falta de humanidad. El discurso de la gente no tiene humanidad ni siquiera en el tono de la voz. Es totalmente des­provisto de características humanas, y no sólo en eso, sino también a través del comercio, la industria y los mercados. Todo se deshumanizó, y ése es el efecto más sobresaliente de la dictadura en Chile.


 
 

@ 2005
Diseñado por Francisco Jerez